domingo, 10 de febrero de 2013

Aquí la gente juega a sonreir

Mañana cálida en Medellín. Primer día completo en mi nueva casa, una de esas casas en las que quieres pasar días completos. Miras por la ventana y sólo ves árboles y sólo escuchas pájaros, y te acuerdas de esas comedias románticas donde sólo miran por la ventana y oyen pájaros y sonríen como idiotas. Y me descubro sintiéndome igual de bobo y de ingenuo.

Pregunto mucho porque desconozco mucho y siempre recibo respuestas de personas que tienen la mirada del niño que no deja de impresionarse por sus descubrimientos. Me paso el día confundiéndome de dirección, buscando ollas en cajones ignotos y parando a la gente por la calle para no seguir perdiendo el tiempo. Y todas esas cosas me quitan cada una diez años de golpe, cuando descubro lo ignorante que soy y las ganas que tengo de seguir aprendiendo.

Y eso que en la 'U' todos me llaman 'profe', una fórmula que al principio me chocaba –aún no me considero profesor y sí más alumno– pero que lleva aparejada una mezcla de respeto y cariño que hace que me sienta más y más a gusto. Y saludo. Saludo mucho. Cada vez más y noto que se me va pegando a la cara esa maldita sonrisa encantadora que siempre llevan prendida los paisas y que se te mete dentro como un gusano travieso.

Y mientras te contagian de su gesto, te hablan y te tocan, como si quisieran derretir el frío que todos los castellanos llevamos dentro y que nos hace rechazar el contacto físico en una conversación trivial. Hablan dulce, silabeando y suavizando nuestras 'ces' hasta que resbalan. Hablan mucho, pero 'lindo'. Tanto, que cuando alguien lo hace en demasía, se dice que 'se ha montado en la palabra'. Preciosa expresión que tanto dice de ellos.

Demonios de sonrisa juguetona...


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