Amanece en Medellín. Hoy las nubes que siempre abrazan el
valle de Iburrá parecen haberse quedado dormidas y el sol bosteza en lo alto
haciendo brillar el verde de las montañas, ese verde solo ensombrecido por las
torres de edificios que parecen equilibristas sobre el alambre de las colinas; alfiles de hormigon escalando monte arriba, más hoy que todo luce despejado.
La gente me sigue mirando cada vez que entro en el metro. No
puedo quitarme ese traje de turista y nunca dejará de parecer que sólo me falta
la guía. Pero últimamente les desconcierto. Desde que he adquirido la firmeza
de quien pisa suelo conocido, que se mueve con la seguridad y el método que
sólo da el día a día y esa mezcla de prisa y curiosidad que sigue ocupando mis
primeras horas.
Muy primeras porque el paisa se levanta pronto pero no se
pierde en bostezos. A esa hora somnolienta de la mañana aprendí dos cosas de
ellos: que el paisa se cuela si le dejas el mínimo resquicio –gambetea cual
extremo y te arrebata el sitio en el metro con una sonrisa exenta de maldad– y
que entre un conductor y tú, llevas todas las de perder. Poco importan los
semáforos, los pase usted primero y los ceda el paso inexistentes. Ante la
duda, quédate en la acera. Es curioso que la amabilidad paisa cuente sus excepciones
por rutinas callejeras.
A propósito de calle, también choca en mi trayecto matutino encontrar gente
durmiendo en ella. No porque en España no los encontrase –cada vez más–
pero allí las personas se resguardan del frío y eso provoca que no sean apenas
visibles, maniobra tan necesaria para ellos como perversamente cosmética para
la conciencia de los que dormimos al abrigo de cuatro paredes. Aquí las
bondades del clima muestran monstruos, exhiben esa pobreza obscena a plena luz
del día y a plena acera, como un drama presuntuoso que golpea a una sociedad
tan inequitativa que las cosas que te cuentan duelen por evidentes. Nada se
puede esconder y no cabe la hipocresía española que se emboza en el clima o en
una policía que limpia las calles armada de soberbia. Aquí la pobreza asalta y los contrastes escuecen: porque la
sonrisa del paisa no esconde nada… tal vez sea un antídoto.
Espero seguir conociendo cosas y algún día poder hablar con
cierto criterio de una realidad tan cálida como subyugante. Como decía el protagonista de 'Los lunes al sol'... ¿pero cómo vas a tener criterio si no sabes lo que es?
Buenos días a todos y ojalá mi falta de criterio les sirva para
desperezarse.