miércoles, 6 de marzo de 2013

Primer amago de melancolía

Esta mañana sufrí la primera mancha de nostalgia en mi flamante camisa paisa, una de esas de manga corta que nunca me hubiera puesto en la árida Salamanca. Fue justo al levantar la persiana y percatarme, no sé la causa, de que mañana comenzaba la parte del máster que un día llevé yo y que en esas aulas estarían atrapados algunos de los alumnos a los que tuve el privilegio de dar clase.
Y como una perversa sinécdoque me di cuenta de que les echaba de menos, a pesar de que otros han ocupado esos pupitres que amueblan mi conciencia y que aplacan mi tristeza con sus gritos y su algarabía. Mis alumnos colombianos son cautivadores, pero los vínculos siguen amarrados de alguna forma casi umbilical a los que me sufrieron y con los que luego tomé no pocas cervezas.
Y mientras seguía subiendo la persiana, entraban recuerdos de aquel máster, de sus ponentes estupendos, de sus extraños horarios y de sus cenas de despedida. Y así, como el sol de Medellín, se me vino encima un chorro de nostalgia y esa sensación crepuscular no se me ha ahuyentado en todo el día. Afortunadamente los de este año me quitan la pena a golpe de preguntas, de inquietudes, de esos 'a ver si le pillo' y aquellos 'a que soy más listo que él'. Tener trabajo en estos tiempos es un privilegio y ser profesor más aún, por eso esta sensación no me paraliza ni se me pega al cuerpo como una tristeza gelatinosa. Tan sólo me quedo con el dulzor de los recuerdos, con la luz que entraba por mi ventana cuando en España me levantaba para darles clase y con esta persiana que ahora levantaría si en realidad tuviera alguna...
Hoy, mis recuerdos están con esos jóvenes y encantadores bastardos que quieren ser guionistas. Pobres, no saben que ya lo son...

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